Ramas secas, ríos muertos y nubes que ya no son de algodón. Acontece una época sin color. La lluvia ácida va dejando su poso como una enfermedad secreta que envenena y que corroe legándonos como herencia una bóveda del cielo que augura un futuro de polvo y cal y un proceso de destrucción que sufren hasta las piedras, tan inertes ellas que parece que nada las va a afectar.
Las imágenes de Óscar Parasiego gimen por la contaminación, gimen por el silencio de esas mutaciones de las que habla W. G. Sebald en Del natural cuando, en la tercera parte del libro en la que se adentra en el terreno autobiográfico, recuerda su estancia en la industrial Manchester, una ciudad marcada por “las huellas del humo, el alquitrán y el ácido sulfúrico”. Décadas más tarde, esa catástrofe silenciosa sigue avanzando. El aire, la tierra y el agua lo saben.
Las fronteras entre lo vivo y lo muerto se diluyen en unas fotografías que funcionan casi como un memento mori. Con la degradación de nuestro hábitat llegará el fin de nuestro habitar. Estas Imágenes contaminadas traducen las consecuencias de la lluvia ácida en unos códigos visuales imposibles de negar. Nos sitúan ante la evidencia. Y nos sitúan, también, ante la cuenta regresiva de una realidad que avanza sin freno. Podríamos, entonces, citar a Saramago: “estamos esperando a Elzéard Bouffier, antes de que sea demasiado tarde para el mundo”. ¿Quién es Elzéard Bouffier? Es El hombre que plantaba árboles de Jean Giono. Es un símbolo de esperanza porque, como relata el anónimo narrador de esta breve obra, con la labor del humilde pastor volvió “el resurgir del agua, reaparecieron los sauces, los juncos, los prados, los jardines, las flores y muchas razones para vivir”. La Naturaleza es vida y el crecimiento ilimitado de la industria y todo lo que de él se deriva, desequilibra el sistema. Lo vuelve vulnerable y nos vuelve vulnerables. No esperemos a Elzéard Bouffier, seamos Elzéard Bouffier y reflexionemos, a través de estas fotografías, sobre la deriva de nuestro entorno.